
*Por Marcos Victorica, economista y CEO de BAS Storage
Sólo el 5% de los argentinos invierte su dinero, según informes internacionales recientes. Un porcentaje menor al que registran países como India y Brasil, y muy alejado del 55% que presenta EE.UU. En una sociedad en la que la depreciación del ahorro es una constante histórica, es llamativa la falta de estrategias para combatirla. Dos elementos son fundamentales para transformar esta realidad: confianza económica y educación financiera.
Según el informe elaborado por la plataforma internacional HelloSafe, sólo 2,3 millones de argentinos invierten en la bolsa. En un país con una población total que supera los 45 millones, este número representa un porcentaje cercano al 5%. Un dato que en abstracto puede resultar ajeno a las preocupaciones cotidianas de la ciudadanía, pero cobra sentido al resaltar que los métodos de ahorro más elegidos en el país son la compra de dólares y los plazos fijos.
No es que dichos métodos de ahorro sean esencialmente erróneos, sino que son insuficientes. Mucho menos son la mejor alternativa posible para los ahorristas. Tanto el dólar billete como el plazo fijo funcionan como refugios de corto plazo, pero no multiplican patrimonio ni generan valor a largo plazo. Incluso, quien elige el dólar como herramienta de resguardo puede perder entre un 3% y un 5% de su capital año a año. La única fórmula probada para hacer rendir el dinero es la inversión, pero distintos motivos hacen que quienes disponen de un dinero extra duden a la hora de seguir este axioma.
En primer lugar, el país adolece de un déficit en educación financiera alarmante. Las escuelas argentinas no incluyen esta materia en sus currículas en forma plena, y esto se traduce en el comportamiento económico de la población laboralmente activa. Si bien cada vez más jóvenes emprenden una formación autodidacta mediante la información disponible en internet, sería un error dejar librado el conocimiento financiero de las nuevas generaciones a los distintos gurúes que proliferan en la web. Muchos de estos sujetos ofrecen conocimientos valiosos, pero muchos otros no. Además, suelen limitar el abanico de posibilidades de inversión a un solo campo: el bursátil.
Efectivamente, invertir no se reduce a operar en bolsa, sino que incluye toda estrategia que apunta a maximizar recursos y obtener beneficios. El mercado de valores representa un terreno a tener en cuenta en tanto puede configurar grandes oportunidades de negocio, pero también implica riesgo y vértigo. No todo el universo de las inversiones funciona con esta dinámica. Existen opciones seguras y rentables, con rendimientos menos vertiginosos, pero más estables. Una cartera bien pensada debe apuntar a la diversificación, al equilibrio entre el riesgo y la prudencia. Solo existen dos formas de aprender esto: a los golpes, o con educación financiera temprana.
El segundo motivo que explica la baja cultura inversora en Argentina es la desconfianza que genera el sistema económico y político del país. Décadas de desorden institucional y políticas fracasadas generaron un temor lógico e intuitivo en los ahorristas, quienes prefieren guardar su dinero bajo el colchón antes que arriesgarse a perderlo. Los USD 200.000 que orbitan por fuera del sistema lo hacen por la sencilla razón de que ese sistema no genera confianza.
Esta desconfianza no es patrimonio exclusivo de los ahorristas: tampoco los bancos se arriesgan, y la argentina cuenta con una de las tasas de préstamos bancarios más bajas del mundo (11% sobre el PBI). Sin acceso al crédito no hay incentivo para la inversión, sin inversión los dólares no ingresan al sistema, y sin dólares la estructura económica nacional tambalea. Asimismo, la depreciación del ahorro deriva inevitablemente en una recesión y conduce a una dinámica en la que todos pierden, ya que el dinero inmovilizado no se traslada a la producción.
Evidentemente, la economía no está compuesta por compartimentos estancos, sino por eslabones de una cadena que hace funcionar la maquinaria de la economía nacional. Por lo tanto, la solución solo puede llegar de la mano de políticas integrales, con el ordenamiento macroeconómico como norte principal. Estabilidad macro y monetaria, confianza en las instituciones, acceso simple al crédito y educación financiera básica deben ser los pilares del cambio de rumbo. Se trata de un cambio posible, pero también urgente.
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