Cada vez que el dólar blue hace un salto con garrocha, cada vez que los precios escalan en las góndolas y la inflación nos deja al filo del acantilado de los dos dígitos mensuales, aparece alguien que desempolva la carpeta del proyecto de dolarización.
En esta oportunidad es Javier Milei, candidato presidencial por La Libertad Avanza, quien puso el tema nuevamente sobre la mesa. Si otras fueran las circunstancias de la economía argentina, la propuesta podría pasar por ser apenas un plan desquiciado. Pero el constante aumento de precios que carcome como el óxido los ingresos de buena parte de la sociedad hace que la idea cobre vigor.
Lo cierto es que Milei ha puesto el tema en discusión. Algo que ignoramos deben estar indicando las encuestas para que la mismísima Cristina Fernández de Kirchner, el jueves en el acto realizado en La Plata, le dedicara buena parte de su pieza oratoria al libertario y su esquema dolarizador.
El proyecto de dolarización se ha transformado en el estandarte económico de Javier Milei. De la mano de la eliminación del peso viene también la idea de dinamitar el Banco Central. Ni lerdo ni perezoso, en días de Feria del Libro, el candidato salió al ruedo con un libro propio sobre el tema.
Lejos está el economista del jopo, la mirada penetrante y las reacciones vehementes de ser original en su propuesta. Uno de los máximos profetas de la dolarización es el economista Jorge Avila, docente de la Ucema, quien hace décadas ya recomendaba este sistema para una Argentina que no encuentra virtud alguna en su moneda.
Avila también aprovechó la volada, esto de que el tema se haya puesto otra vez de moda, y subió a las redes su proyecto, que tenía guardado en el arcón de los recuerdos. El Proyecto Avila tiene 29 páginas y en su argumentación detalla: “Se ha escrito mucho sobre dolarización. Pero escasa atención, si alguna, se ha prestado a la sostenibilidad de la economía dolarizada. Desde el punto de vista argentino, la sostenibilidad del régimen es esencial. Por muchas razones, la dolarización es una opción eficiente y realista para este país. A fin de que resulte durable, debe ser capaz de resistir: a) pánicos bancarios sin la asistencia de un prestamista de última instancia convencional, y b) el lobby de la industria protegida para revocar la dolarización y devaluar la moneda. Con este objeto, presentamos un modelo de banca comercial similar al de Panamá aunque bajo ley extranjera, y argumentamos a favor de acuerdos de libre comercio con superpotencias para suavizar las fluctuaciones del tipo real de cambio”.
Luego agrega: “Si Argentina adoptara una moneda de primera clase, gozaría de estos beneficios: no habría bicicletas financieras, corridas cambiarias ni inflación; no tendríamos paritarias ni huelgas, tarifazos ni cortes de luz, congelamientos de precios ni amenazas de expropiación; no habría incluso bloqueos de exportaciones e importaciones. Aunque no lo parezca a primera vista, todos y cada uno de estos costosos traumas tiene en mayor o menor medida una causa monetaria. Así de tremendo e ignorado es el daño que genera una moneda de mala calidad como el peso”.
Puesto el tema en modo debate, un arco de voces se levantó esta semana para considerar que no sería el mejor camino por recorrer para la Argentina. Es evidente que perder el manejo de la política monetaria es de suma gravedad para una Nación, que podría apelar al recurso de la emisión en caso de crisis o desgracia, tal como ocurrió en todo el mundo durante la pandemia. Claro que hablamos de este país monetariamente desprolijo e irresponsable, entonces el tema pasa a verse a través de otro cristal.
Hasta Domingo Felipe Cavallo, el padre de la Convertibilidad, le bajó el pulgar a la movida dolarizadora de Milei. El exministro, durante una conferencia en la Universidad Di Tella, destacó el jueves que la discusión se está produciendo a destiempo: primero hay que unificar el mercado cambiario y después actualizar los precios relativos, entre otros las tarifas.
Otra voz de alerta llegó desde un experto, Claudio Loser, exdirector del FMI. El economista recalcó: “No creo que el Fondo sea un ferviente seguidor de la dolarización porque es demasiado complicado para una economía como la de Argentina. No va a querer que Argentina tenga un tipo de cambio fijo, para países más chicos sí».
LA VIDA REAL
Claro que una cosa son los planes trazados sobre un papel y el análisis económico sobre la viabilidad de la dolarización en la Argentina, y otra muy distinta es esta vida real en un país al que las llamaradas de la inflación hace rato empujan hacia el bimonetarismo de facto.
Hace décadas ya que nadie vende una propiedad en pesos, una verdad aceptada por todos. Pero el creciente ritmo de la inflación llevó esta conducta de salvaguarda a rubros antes impensados. En algunas zapaterías del barrio de Belgrano ya aparecieron carteles con los precios en dólares; en un pueblo recostado sobre la ruta 6, allí adonde la provincia deja de ser Conurbano para transformarse en pampa, un albañil dolarizó sus presupuestos, cansado de tener que actualizarlo de manera permanente.
Ese viejo lobo de mar que es el economista Juan Carlos De Pablo suele afirmar siempre que Argentina es un país bimonetario. “Si vas a tomar un café que sale 500 mangos y le pagás al mozo con 1 dólar, lo acepta. No pasa nada”, grafica.
Esta semana la escalada del dólar blue hasta los 500 pesos encendió todas las alarmas. Es sabido que el tsunami tendrá un efecto directo sobre los precios, por lo cual es dable esperar que las cifras de inflación de abril se instalen con comodidad en el escalón del 8%. La tendencia, enfatizaron los especialistas, nos lleva a los dos dígitos en un puñado de meses.
La proyección es real porque, tal como lo indicó la consultora Ecolatina en uno de sus informes, las dificultades del sector productivo para acceder al dólar oficial en su afán por importar insumos obligan a comprar divisas en la Bolsa o bien en el mercado paralelo. Con lo cual se estima que hoy en día el 50% de los precios de la economía ya ajustan por un dólar que no es el oficial.
La escasez de divisas y los precios descontrolados comienzan a tener consecuencias directas sobre el abastecimiento. Hay señales de escasez de medicamentos importados en algunos laboratorios y droguerías, mientras que varios rubros regulan el stock a sabiendas que, en caso contrario, lo repondrán a pérdida. Muchos hacen equilibrio en la cornisa de la quiebra.
Ante la estampida del dólar blue el Gobierno tomó dos decisiones: subir la tasa de interés al 91% e intervenir en la plaza cambiaria tirándole a la demanda con todo lo que tiene a mano. El billete terminó bajando y en las cuevas reinó una calma prendida con alfileres.
Algo de esto había anticipado el asesor financiero Salvador Di Stéfano, quien recalcó que la cotización del dólar marginal no superaría la línea de los 500 pesos. El precio del dólar es uno más dentro de la economía y llega el momento en que los inversores ya no lo avalan. Del mismo modo en que consumidor de a pie no paga $1.000 por un kilo de tomate, sino que deja de comer tomate y lo reemplaza hasta que baje.
REFORMAS
Cansados de que no haya plan económico y que mes tras mes el salario -aquel que lo tiene- o los ingresos -generados como fuera en la economía informal- pierdan valor, buena parte de los argentinos se abrazaría con gusto al salvavidas de la dolarización. No hay reproche alguno en esto.
Descapitalizados, rendidos cada vez que van al supermercado, no tienen porqué pensar en la pérdida de competitividad del sector productivo o en el acto soberano de tener política monetaria.
Pero lo cierto es que la única manera de que una economía dolarizada sea competitiva en el concierto mundial, que pueda engarzarse con provecho en el sistema y genere divisas por exportación, es bajando los costos laborales. Aquí entran en juego las reformas que ningún político quiere hacer.
Si miramos la vida real, tal vez debajo de la sábana que agita el fantasma de la reforma laboral no haya tanto de qué asustarse. Mayra Arena, especialista en consumo y militante peronista, dijo esta semana en un reportaje que “la reforma laboral llegó hace rato. Hay 8 millones de personas laburando por no sabés cuánta plata en no sabes qué condiciones. Esa reforma ya está. Hay que ser sinceros y reconocer que ya está pasando. Ya hay gente que está triunfando gracias a esas condiciones. Una reforma de verdad tiene que encarar cómo registrar todo eso sin partir al medio al pequeño empresario porque no puede estar en la misma categoría que Coca Cola Company. Medidas realistas”.
Dolarizar es tomar un atajo indoloro rumbo a la erradicación de la inflación. Quienes argumentan, a su vez, que extirpar el peso sería imponer la disciplina fiscal ya que no habría forma de emitir para financiar el gasto, se olvidan del festival de cuasimonedas que vivieron las provincias durante le reinado de la Convertibilidad. No hay sistema perfecto. El tema está instalado. El debate recién empieza.

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