octubre 6, 2025

Algunos migrantes venezolanos están regresando al país tras años de exilio

movilización en Caracas de la oposición frente a la sede de la ONU

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El colapso económico y la represión política han llevado a un tercio de la población venezolana a huir del país durante la última década. Algunos están regresando ahora a sus hogares y reencontrándose con sus seres queridos en suelo venezolano. No es realmente así como se suponía que iba a ser.

La principal líder de la oposición venezolana lleva mucho tiempo prometiendo reunir a las familias mediante el restablecimiento de la democracia. Ese objetivo sigue siendo difícil de alcanzar. Aunque las terribles condiciones económicas que alimentaron el éxodo han mejorado, el país sigue siendo un paria político y las tensiones militares con Estados Unidos están aumentando rápidamente.

De todos modos, algunos venezolanos están haciendo el costoso viaje de regreso a casa. Para muchos, la vida en la diáspora ha resultado decepcionante, incluso hostil en EE.UU., donde la administración Trump está revocando protecciones legales, deteniendo inmigrantes y acelerando deportaciones. Los destinos sudamericanos como Chile y Ecuador tampoco son tan acogedores como antes.

Migrantes venezolanos, con el acento suavizado por años de vida en lugares como Chicago, Buenos Aires o Madrid, añoran ver a sus padres, cada vez más viejos, que dejaron atrás. Frustrados por las escasas oportunidades laborales y recelosos de la xenofobia latente, algunos intentan empezar de nuevo en su país, a menudo con la maleta preparada por si acaso.

Sus arduos viajes ilustran la dinámica cambiante de la migración venezolana.

A menudo son los lazos familiares los que les atraen. “Empecé desde abajo, y poco a poco pude ascender y estabilizarme, pero era una vida muy solitaria”, dijo Eduardo Rincón, de 24 años, que regresó a Caracas con su padre y su hermano en julio después de dos años en Miami. Los tres habían obtenido parole humanitario en EE.UU. en 2023 y estaban progresando. Tras una serie de trabajos temporales, encontró trabajo estable en la recepción de un hotel en Brickell donde llegó a ganar hasta US$4.000 al mes, lo suficiente para ahorrar y ayudar a mantener a su madre en Venezuela.

Al poco tiempo, el Departamento de Seguridad Nacional les informó que les había revocado el permiso de residencia y les advirtió de una inminente deportación. “No calificamos para el asilo y decidimos permanecer unidos y regresar”, explica Rincón.

Ahora gana US$600 al mes gestionando las comunicaciones de una empresa de plásticos en Caracas, apenas lo suficiente para comprar una cesta mensual de alimentos para una familia de cinco miembros, según estimaciones del sector privado.

Rincón se ha fijado un plazo de un año para volver a salir de Venezuela si las cosas no mejoran. “Los venezolanos pareciera que estamos condenados a elegir entre tener que vivir con mejoría económica pero sin familia ni amigos, y vivir empobrecidos pero rodeados de nuestra familia y seres queridos”.

El flujo inverso sigue siendo modesto. En un informe reciente, los gobiernos de Costa Rica, Panamá y Colombia afirmaron que más de 14.000 migrantes con destino a EE.UU., en su mayoría venezolanos, habían dado media vuelta desde que Trump inició su campaña de represión en enero. En Colombia, que suele ser la última parada de los venezolanos que regresan, las autoridades de inmigración contabilizaron alrededor de 12.000 retornados entre enero y junio de 2025. Casi todos eran venezolanos.

Siete de cada diez venezolanos que llegan a Panamá dijeron que querían regresar a su país, según un estudio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) llegó a una conclusión similar en Centroamérica. Otra imagen del flujo inverso muestra que las entradas a Venezuela desde Colombia representaron el 83% de todos los movimientos observados en la frontera, según un estudio de la OIM de julio.

La reunificación familiar es uno de los principales motores de la migración de norte a sur que el ACNUR y otras organizaciones comenzaron a observar a finales de 2024. Otras motivaciones son la búsqueda de trabajo en un campo determinado, la discriminación y las dificultades para legalizar la situación.

Otra es la percepción, por tenue que sea, de que la economía de Venezuela se está recuperando y las condiciones de vida han mejorado.

Aunque el autócrata Nicolás Maduro ha logrado controlar la hiperinflación, la diferencia entre el tipo de cambio oficial de la moneda venezolana y el del mercado negro se ha ampliado hasta al menos el 65%, según estimaciones del sector privado.

Los datos económicos son escasos. El banco central dejó de publicar las cifras de inflación hace un año, y el Gobierno ha encarcelado a economistas que se atrevieron a publicar estimaciones que cuestionaban la narrativa oficial de un país que ha sorteado las sanciones de EE.UU. Lo que está claro es que Venezuela produce solo alrededor de un tercio del petróleo que producía en la década de 1990, lo que reduce la principal fuente de ingresos del país.

Y aunque hay menos apagones, cortes de agua y escasez de combustible que antes, la represión persiste. La principal enemiga de Maduro, María Corina Machado, lleva la antorcha de la oposición desde la clandestinidad.