octubre 28, 2025

El Partido Justicialista: Entre la «renovación» y el peligro del centralismo

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Desde la distancia, el Partido Justicialista (PJ) parece encaminarse hacia una aparente «renovación», impulsada por figuras de peso como Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, lo que muchos ven como un resurgimiento, otros lo interpretan como un nuevo intento de centralizar el poder bajo un liderazgo que, aunque influyente, ya no refleja necesariamente la diversidad de voz.

El regreso de Cristina Kirchner al centro de la escena, buscando presidir nuevamente el PJ, no es solo una maniobra política personal, sino que conlleva una serie de implicancias que vale la pena cuestionar. Se habla de una renovación, pero ¿puede realmente renovarse un partido con las mismas figuras que han controlado el poder por décadas? ¿No es acaso este un intento de perpetuar el poder bajo una vieja lógica, disfrazada de «resurgimiento»?

Lo que resulta aún más preocupante es la estrategia de «dedocracia» que parece estar imponiéndose. Desde Buenos Aires, se busca definir a dedo quiénes serán los candidatos en las provincias. La presión sobre figuras como el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, para que se retiren de la contienda por la presidencia del partido, es solo un ejemplo de cómo el centralismo porteño sigue imponiéndose sobre las realidades locales.

Este tipo de prácticas no es nueva en la política argentina, pero lo que llama la atención es que se realizan bajo la bandera de una supuesta «unidad». Elegir a candidatos que no representen a sus propios distritos, que no cuenten con el apoyo genuino de las bases, es una receta para la desconexión. ¿De qué sirve una unidad forzada, si no se construye desde abajo hacia arriba? La verdadera renovación debe comenzar en las bases del partido, permitiendo que las comisiones municipales, los gobiernos provinciales y los propios militantes decidan quiénes los representan.

Lo que se está gestando, más que una renovación, es una estructura que se asemeja al PJ a una Sociedad Anónima (SA), donde el presidente y su séquito de «gerentes zonales» manejan el partido como una empresa, y los militantes no son más, que clientes o espectadores pasivos. Este modelo verticalista puede consolidar el control en el corto plazo, pero inevitablemente aleja al PJ de sus principios fundacionales, que se basaban en la participación activa y la representación genuina del pueblo.

¿Qué espacio queda entonces para la democracia interna? ¿Cómo se puede hablar de renovación cuando las decisiones se toman en una oficina porteña, sin atender las particularidades de cada provincia? Jujuy, Buenos Aires, La Rioja y tantas otras regiones del país tienen sus propios desafíos, y los candidatos deben surgir de sus propias realidades. La elección de autoridades municipales, provinciales y nacionales debe respetar la diversidad y no ser impuesta desde el centro.

La «unidad a cualquier costo» que pregonan algunos sectores del PJ no es la respuesta. La construcción política debe ser horizontal, permitiendo que el partido recupere su vitalidad a través del diálogo con las bases y no a través de imposiciones. Si el PJ realmente busca resurgir, debe hacerlo devolviendo el poder a los militantes, y no concentrándolo en unas pocas manos.

El justicialismo tiene una historia rica y compleja, con un legado de lucha y sacrificio. Pero también es un partido que, a lo largo de su historia, ha sabido caer en los peligros del autoritarismo y el centralismo. Si el partido realmente desea renovarse, debe aprender de sus errores y construir una democracia interna robusta, que no esté al servicio de una figura o de una facción, sino de sus afiliados en todo el país.

Desde la distancia, el Partido Justicialista (PJ) parece encaminarse hacia una aparente «renovación», impulsada por figuras de peso como Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, lo que muchos ven como un resurgimiento, otros lo interpretan como un nuevo intento de centralizar el poder bajo un liderazgo que, aunque influyente, ya no refleja necesariamente la diversidad de voz.

El regreso de Cristina Kirchner al centro de la escena, buscando presidir nuevamente el PJ, no es solo una maniobra política personal, sino que conlleva una serie de implicancias que vale la pena cuestionar. Se habla de una renovación, pero ¿puede realmente renovarse un partido con las mismas figuras que han controlado el poder por décadas? ¿No es acaso este un intento de perpetuar el poder bajo una vieja lógica, disfrazada de «resurgimiento»?

Lo que resulta aún más preocupante es la estrategia de «dedocracia» que parece estar imponiéndose. Desde Buenos Aires, se busca definir a dedo quiénes serán los candidatos en las provincias. La presión sobre figuras como el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, para que se retiren de la contienda por la presidencia del partido, es solo un ejemplo de cómo el centralismo porteño sigue imponiéndose sobre las realidades locales.

Este tipo de prácticas no es nueva en la política argentina, pero lo que llama la atención es que se realizan bajo la bandera de una supuesta «unidad». Elegir a candidatos que no representen a sus propios distritos, que no cuenten con el apoyo genuino de las bases, es una receta para la desconexión. ¿De qué sirve una unidad forzada, si no se construye desde abajo hacia arriba? La verdadera renovación debe comenzar en las bases del partido, permitiendo que las comisiones municipales, los gobiernos provinciales y los propios militantes decidan quiénes los representan.

Lo que se está gestando, más que una renovación, es una estructura que se asemeja al PJ a una Sociedad Anónima (SA), donde el presidente y su séquito de «gerentes zonales» manejan el partido como una empresa, y los militantes no son más, que clientes o espectadores pasivos. Este modelo verticalista puede consolidar el control en el corto plazo, pero inevitablemente aleja al PJ de sus principios fundacionales, que se basaban en la participación activa y la representación genuina del pueblo.

¿Qué espacio queda entonces para la democracia interna? ¿Cómo se puede hablar de renovación cuando las decisiones se toman en una oficina porteña, sin atender las particularidades de cada provincia? Jujuy, Buenos Aires, La Rioja y tantas otras regiones del país tienen sus propios desafíos, y los candidatos deben surgir de sus propias realidades. La elección de autoridades municipales, provinciales y nacionales debe respetar la diversidad y no ser impuesta desde el centro.

La «unidad a cualquier costo» que pregonan algunos sectores del PJ no es la respuesta. La construcción política debe ser horizontal, permitiendo que el partido recupere su vitalidad a través del diálogo con las bases y no a través de imposiciones. Si el PJ realmente busca resurgir, debe hacerlo devolviendo el poder a los militantes, y no concentrándolo en unas pocas manos.

El justicialismo tiene una historia rica y compleja, con un legado de lucha y sacrificio. Pero también es un partido que, a lo largo de su historia, ha sabido caer en los peligros del autoritarismo y el centralismo. Si el partido realmente desea renovarse, debe aprender de sus errores y construir una democracia interna robusta, que no esté al servicio de una figura o de una facción, sino de sus afiliados en todo el país.