La votación del domingo generó sorpresa por el triunfo de Sergio Massa y por la ética de sus votantes, que apoyaron al mismo tiempo a caciques peronistas envueltos en escandalosos episodios de corrupción. También produjo perplejidad que los sectores más sumergidos votaran a un ministro/candidato que los castiga de manera impiadosa con una inflación asfixiante.
El descuido moral de un alto porcentaje de electores no representa ninguna novedad como lo prueban las reelecciones de Carlos Menem y Cristina Kirchner. Tampoco es ningún cisne negro el voto masivo de la base de la pirámide social al modelo inflacionario, destructor de la moneda y empobrecedor, llevado al extremo por el kirchnerismo en las últimas décadas a fuerza de despilfarro fiscal, subsidios impagables y emisión descontrolada.
Aunque pueda parecer contradictorio el modelo que aumenta la indigencia y el apoyo incondicional que recibe de los pobres son fenómenos concurrentes. Se retroalimentan.
Hay casi 19 millones de ciudadanos que reciben regularmente cheques del estado. De ellos 3,8 millones son empleados públicos, mientras que en el sector privado lo hacen 6,2 millones. Año tras año aumenta la planta de estatales y la economía se achica o vegeta. Hay provincias en que fuera del empleo público lo único que hay es un desierto. Los “beneficiarios” de este estado de cosas son naturalmente conservadores. No quieren perder planes, bonos, tarifas subsidiadas, “empleo” de baja remuneración, pero de nula exigencia, etcétera. La idea de la libre competencia y la abstención del Estado de la actividad económica les parece una idea siniestra.
Este “modelo” está por cumplir 80 años, pero en los últimos 20 el kirchnerismo lo llevó al paroxismo. Cualquier propuesta de cambio está condenada a ser minoritaria, aunque su erradicación sea imprescindible para salir de la decadencia. La motosierra es inviable, porque la sociedad está atrapada en el modelo K. Nada cambiará en ese sentido, si depende de la aprobación de las urnas.
Queda por lo tanto la pregunta de si Massa, que en la campaña abusó del populismo hasta el umbral de la hiperinflación, está dispuesto a hacer como presidente las correcciones que no hizo como ministro. Si seguirá echando nafta al fuego o si aplicará el ajuste monumental que la situación exige para evitar el colapso monetario definitivo. ¿Restablecerá el IVA eliminado en campaña o el impuesto a las ganancias para las personas físicas?
Al día siguiente de las PASO Massa devaluó el dólar oficial con consecuencias inflacionarias trágicas. Ayer armó en cambio un enésimo dólar “soja” extensible a todas las exportaciones, mucho más moderado y dirigido a fortalecer las reservas del BCRA. Al mismo tiempo títulos y bonos caían y el riesgo país subía.
Los mercados le desconfían pero él intenta calmarlos prometiendo superávit fiscal para el año próximo. En cualquier caso parece difícil que dé un volantazo antes de la segunda vuelta. Pero si quiere afirmarse en el poder, deberá comenzar a desarmar el modelo que contribuyó a consolidar y en el que quedó él también atrapado.

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