
A pesar de cepos y controles, la inflación es incontenible, la presión cambiaria no cede y la política no ayuda. El oficialismo al borde de la ruptura y la oposición fragmentada.
La derrota del peronismo en las PASO y la campaña posterior expusieron en toda su magnitud la gravedad de la crisis en curso y la falta de liderazgo para superarla. La coalición oficialista quedó al borde de la ruptura desde que su creadora, apartándose de la escena, se desligó de la suerte de Alberto Fernández. Estará, además, ausente por razones de salud del último envión proselitista con el que el que la Casa Rosada pretende dar vuelta lo ocurrido en las primarias.
En sentido contrario Mauricio Macri comenzó a levantar el perfil en el heterogéneo frente opositor, mientras Horacio Rodríguez Larreta lo bajó. El acoso judicial produjo una transformación en el estilo del ex presidente. Antes había descalificado al juez que lo investiga, pero en su segunda visita a Dolores directamente lo desafió al vaticinar que lo procesará por motivos electorales. Le imputa ser no sólo prevaricador, sino también demasiado obvio.
Por otra parte el acto “reflejo” de tirar al suelo un micrófono del canal de TV de Cristóbal López lo sacó de su estilo prolijo. Usó la fuerza del adversario para contraatacar, pero en el trámite olvidó los buenos modales.
Menos anecdótico y más estratégico fue su encuentro con el fenómeno de las PASO, el ascendente Javier Milei. La jugada provocó el enojo de los socios radicales que apuestan a Rodríguez Larreta para repartirse el futuro gobierno y nunca digirieron a Macri que los menospreció cuando ejercía el poder.
Milei, con un notable 13% de votos en CABA y fuerte presencia en los barrios pobres, elogió al ex presidente por no pertenecer a “la casta” de los políticos. El dardo fue contra los “rosqueros” Rodríguez Larreta, Elisa Carrió, Gerardo Morales, Manes, Nosiglia, Stolbizer, etcétera. Quedó al descubierto así una “grieta” en el seno de la oposición que refleja la que separa a la sociedad de la dirigencia partidaria; la que separa las jubilaciones de privilegio de Cristina Kirchner de la de un jubilado común.
Entre la postura de Macri y Milei existe lo que podría llamarse una afinidad electiva: una confluencia de opiniones que se combinan en un diagnóstico común de los males del país. También una visión compartida de quién es el adversario a derrotar para salir del actual pantano. Los objetivos y los instrumentos, en cambio, no parecen los mismos.
En suma, Macri quiere aprovechar la oportunidad de reciclarse y se expone. Cristina Kirchner quiere apartarse de una segunda derrota y se retrae. Ambos ratifican que son los líderes de sus respectivos sectores. Representan dos concepciones inconciliables de la política y de la economía que se van a medir en las urnas, aunque los candidatos sean otros. La mala gestión retrotrajo el escenario al 2019.
La interna oficialista por su parte sigue una lógica poselectoral. La cuestión ya no es si CFK participa de la campaña, sino qué hará después. En los últimos días algunas encuestas anunciaron una puja más pareja en la provincia de Buenos Aires, pero el resultado nacional parece inamovible. El reparto de dádivas no dio, según estos pronósticos, el resultado esperado por el peronismo.
La incertidumbre llevó al dólar contado con liquidación a 216 pesos, el “blue” pasó los 200 y el riesgo país se mantuvo bien arriba. La huida del peso es consecuencia no tanto de un resultado previsible, sino de las dudas sobre qué sector del Frente de Todos controlará el gobierno. En otras palabras, si el gobierno se radicalizará, lo que quiere decir que seguirá con la negativa a hacer un ajuste ordenado. ¿Qué significa ese ajuste? Lo habitual: devaluación, acuerdo con el FMI y menos déficit.
Alberto Fernández se negó a hacer el ajuste que Macri había dejado pendiente. Con esa negativa agravó la situación. Por eso no tiene un plan de estabilización; tenerlo significa tener un programa de ajuste.
En sentido contrario aumentó el gasto público, emitió para “financiarlo” y reforzó los controles, pero no pudo atenuar el deterioro de las variables macro. Ese deterioro desbordó en el último tramo de la campaña con alta inflación, caída del salario y del consumo y amenaza de estallido cambiario. Todo mal en el en el peor momento.
Cualquiera sea el resultado electoral, el ajuste ya resulta inevitable. El problema es quién lo hará en medio de la anarquía oficialista. Un oficialismo en el que gobernadores e intendentes distribuyen “platita” para calmar los ánimos, mientras los piqueteros cortan calles y puentes enfureciendo a los que quieren circular y tienen que votar en una semana.
Son irreproducibles las cosas que dicen en reserva algunos intendentes contra las “organizaciones sociales” financiadas por el Estado que no se sabe para quién juegan. El gobierno ya demostró su impotencia para frenar ese caos. No parece probable que de una nueva derrota surjan las condiciones para ponerle fin.
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