
La derrota electoral derivó en apenas 72 horas en una crisis política a gran escala. Una crisis que incluye la ruptura del oficialismo y se puede convertir en institucional, afectando la gobernabilidad.
La que empujó al gobierno a ese tembladeral fue la vicepresidenta, Cristina Kirchner. Dio el primer paso mandando a renunciar a ministros y funcionarios que le obedecen. Como es la principal socia del Frente de Todos y el presidente un simple mascarón de proa el impacto encendió todas las alarmas.
La pelea fue por el control del Poder Ejecutivo, más específicamente de la economía y la jefatura de gabinete. Cristina Kirchner quería los cambios ya, mientras Alberto Fernández intentaba ganar tiempo. Proponía esperar hasta después de las elecciones generales. Tenía su lógica; una derrota en noviembre obligaría a un segundo cambio de gabinete en apenas dos meses.
Las violentas y públicas presiones sobre el presidente generaron horas de confusión, incertidumbre y versiones de toda índole. El gobierno está tan pobre de figuras de volumen político que usó como vocero a Aníbal Fernández. El ex funcionario, que tiene una imagen negativa astronómica y una credibilidad nula, aseguró que no había crisis.
A pesar de esta negación, el oficialismo estaba dividido en dos facciones. Después de haber sido desafiado Alberto Fernández reaccionó y comenzó a funcionar un `operativo clamor’ de respaldo. Lo iniciaron sus ministros, lo continuaron los sindicalistas y lo siguieron los gobernadores. Hoy un poderoso grupo piquetero marchará en su apoyo a la Plaza de Mayo.
El alzamiento contra CFK y la Cámpora aglutinó inesperadamente a varios sectores del peronismo. Con seguridad la vice imaginó la reacción que podía provocar su jugada. Planteó una pulseada y no sólo encontró una resistencia inesperada, sino que se topó con la posibilidad de perder.
El origen de este descalabro fueron las PASO. La receta ganadora del peronismo en 2019 había tenido un ingrediente básico: la unidad. El domingo quedó en evidencia que ya no funciona, si la gestión es desastrosa como la de Alberto Fernández. La obediencia de los pobres más pobres del conurbano no es incondicional.
Pero si la unidad ya no sirve, la ruptura tiene dos inconvenientes. En primer lugar obliga a descartar una remontada para noviembre. La segunda, que cualquier distribución o lucha por cargos obliga a replantear las relaciones de poder dentro del Frente de Todos.
Hasta ahora Cristina Kirchner tenía la parte del león, porque se la consideraba la dueña de los votos del conurbano. Lo ocurrido el domingo demostró que ya no lo es o no lo es bajo cualquier circunstancia.
Otro miembro de la colación, Sergio Massa, también salió muy golpeado. Perdió hasta en Tigre. ¿Cuántos votos reales le quedan hoy al presidente de la Cámara de Diputados?
Como se ve los principales actores del oficialismo deben adaptarse a un escenario nuevo en el que la resiliencia del desacreditado presidente Fernández puede tener consecuencias inesperadas.
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